Julio PANTOJA
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En Argentina se desmonta una hectárea cada dos minutos, lo que equivale a cuarenta canchas de fútbol por hora. Miles de personas, animales y especies vegetales están siendo desplazados o llevados a la muerte por los irracionales desmontes en las regiones boscosas del norte argentino, proceso acelerado por el boom comercial del cultivo de soja transgénica.
El desastre ambiental y social está a la vista de un modo brutal. Ante este desolador panorama, como en otras experiencias de resistencia (recordemos a las Madres de Plaza de Mayo), muchas mujeres dejan la pasividad de sus hogares para acompañar -o incluso liderar- el enfrentamiento con las distintas formas del poder que avasalla a sus familias: sea un gobierno, una empresa agropecuaria, una policía complaciente o un grupo parapolicial. Así, mujeres indígenas y criollas, desde organizaciones campesinas, asambleas de autodefensa o incluso desde la soledad más adversa, como cumpliendo algún mandato atávico que les ordena poner el cuerpo, se ponen en pie de guerra y con diferentes modos de lucha defienden la fuente de vida: la tierra y el monte que las rodea.
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